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Foto del escritorCarlos Vivas

MBV: Medicina Basada en la Vergüenza


La pandemia causada por el virus SARS-CO2 además de su morbimortalidad, tiene una nueva víctima: la epistemología médica.

Aunque el foco está centrado en las dudas que generan la confiabilidad en los tests diagnósticos, en la capacidad predictiva de los modelos epidemiológicos y en la búsqueda de tratamientos específicos o de vacunas, no se debe soslayar la importancia de reflexionar sobre el criterio adoptado para otorgar validez a la montaña de datos que llueve sobre los médicos

En particular se destaca la capacidad de los médicos para determinar cuáles son las fuentes del conocimiento para enfrentar esta amenaza. Desde que en los años ’70 en el Reino Unido se propuso el modelo de la “Nueva Salud Pública”, que proponía al paciente como centro de interés del sistema de cuidados, los médicos comenzaron a asignar mayor importancia a la opinión de sus pacientes al momento de recomendar una conducta. Al principio estas opiniones se recogían en el consultorio, pero luego, el desarrollo tecno-científico permitió el nacimiento y la rápida difusión de las redes sociales.

Es indudable que las redes sociales favorecen el intercambio de datos en tiempo real y en diversos formatos, lo que no debe hacer olvidar que datos que recibimos no son sinónimos de información ni mucho menos de conocimientos.

En este marco de referencia es el adecuado para analizar el manejo que hizo el sistema médico respecto al presunto efecto deletéreo que tendría el ibuprofeno sobre los pacientes con COVID-19.

Todo comenzó con un comentario que hizo una médica francesa en su red social sobre la mala evolución que tuvieron 4 pacientes suyos afectados por SARS-CO2 luego de comenzar a recibir ibuprofeno. Esta comunicación no fue publicada en ninguna revista médica, pues carecía de los requisitos mínimos para ser considerado un “case report” o, en este caso, una “short series”. Es decir, que era una observación que no alcanzaba el grado necesario de validez interna, esto es, la coherencia que debe tener todo caso clínico desde su presentación clínica, criterios diagnósticos, tratamiento y evolución. Tal es lo endeble de la observación de la colega, que el hospital donde trabaja entendió que no estaba justificado continuar con su análisis.

No obstante la levedad con la que se lanzó a las redes este comentario, el Ministro de Salud de Francia entendió que sí era un riesgo clínico la prescripción de ibuprofeno a un paciente con COVID-19. Paradojalmente no lo comunicó a través de la página oficial de su ministerio, sino que lo publicó en su Twitter.

Al día siguiente, un diario online israelí, The Jerusalem Post, publica el resumen de una entrevista al vocero de la Organización Mundial de la Salud donde se le preguntaba su opinión respecto al medicamento mencionado. Según la nota, Christian Lindmeier, vocero de la OMS en Ginebra, que no es médico dijo textualmente “los expertos estaban investigando para poder brindar una guía al respecto. Mientras tanto, nosotros recomendamos utilizar paracetamol y no automedicarse con ibuprofeno. Pero si el medicamento fue prescripto por un médico, por supuesto que queda a criterio del mismo“. Aunque parezca increíble la nota fue titulada, “La OMS respalda evitar el ibuprofeno para el coronavirus”.

Demás está señalar que en el sitio web de la OMS no hay ninguna referencia al tema. Las 5 referencias al ibuprofeno son de hace varios años y avalan su uso seguro en adultos y niños.

Si este es el fundamento de cómo el ibuprofeno podría ser una amenaza para pacientes con coronavirus, ¿cómo se explica que en PubMed haya 7 publicaciones con las palabra claves Ibuprofen + covid, de las cuales solo 4 son artículos médicos* mientras que las otras 3 publicadas por el British Medical Journal sean notas periodísticas?

Aunque, como hemos visto, la calidad de los datos que advertían en contra del uso del ibuprofeno era muy débil y por tanto no justificaban su evaluación, no puede desconocerse que en el curso de una pandemia, la noticia de que la OMS y el ministro de salud de un país central adviertan en contra del uso de una medicación se amplia distribución al público genera pánico. Y es el pánico, actuando como un emergente que disparó la situación de duda epistemológica. ¿Se justifica realizar una investigación sobre la probabilidad de que el ibuprofeno sea peligroso? En este caso sí, aunque haya surgido de una fuente no confiable y aunque se haya “torturado” las declaraciones de un vocero para fabricar un titulo con gran atractivo en los medios. No es aconsejable dejar morir por sí misma a este dato infundado, sino que para tranquilizar a médicos y pacientes es necesario analizar las evidencias que respaldan o descartan su certeza.

Así, el análisis de las evidencias permite levantar la duda sobre la prescripción y uso del fármaco mencionado. Desde luego que no es posible en estas circunstancias realizar un ensayo randomizado, entre otras razones porque se tiene la experiencia de que este tipo de fármacos suelen ser consumidos por fuera de las indicaciones médicas. Por tanto los 4 artículos publicados son revisiones de todos aquellos estudios realizados sobre pacientes con coronavirus que incluyan tratamientos con ibuprofeno.

¿Qué lleva a un médico a comunicar a la comunidad sobre un peligro sobre bases inciertas?

¿Por qué un ministro de salud se expide a través de su red social sobre un tema tan trascendente sin exigir evidencias?

¿Por qué la periodista puso un título que no está cabalmente respaldado por su nota?

¿Por qué el vocero de la OMS opinó fuera de su área de confort?

¿Por qué la OMS no se distanció de las declaraciones de su vocero?

Estas preguntas exigen repuestas que no se explican por fallos epistemológicos, sino por fallas éticas

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