La formación de médicos humanistas se funda en dos bases: el aprendizaje y perfeccionamiento de competencias técnicas - conocimientos, mente critica y destrezas especificas - y el desarrollo de una personalidad humanista, que tienda a la escucha, la comprensión, la empatía, la compasión y la cooperación
Es imprescindible generar un encuadre de enseñanza clínica formal, pero también un ámbito de formación humanista especifico
Estas dos líneas que estructurarán la nueva identidad del alumno a través de sus años de formación deben integrarse de forma tal que su ejercicio de aprendizaje y asistencia clínica esté impregnado de humanismo, aún sin que el estudiante lo asuma de manera consciente; de esa manera se consigue que el nuevo ser humano en que se habrá convertido ejercerá el cuidado clínico con alto grado de competencia, sin que su afectividad se adormezca o desaparezca.
El nuevo medico que formamos debe ser un buen clínico pero además una persona con mente abierta, que se gratifique con el ejercicio de su profesión, la relación empática y respetuosa con las personas, con resiliencia y temple adecuados para manejar situaciones complejas.
La buena formación clínica tiene un largo historial, y en los últimos decenios se ha enriquecido con nuevas estrategias basadas en evidencia y en experiencia que tienden a hacerla más eficiente, adaptada a los cambios culturales y sociales acelerados y más próxima a la comunidad. A esto en nuestra facultad agregamos una metodología educativa centrada en el que aprende, valorando sus conocimientos previos, en grupos pequeños promoviendo la iniciativa y la reflexión, e inmersos en los centros de asistencia desde el primer año .
La formación en humanismo es una tarea más compleja.
Mientras la formación clínica promueve el desarrollo de habilidades y destrezas, la humanización intenta cambiar el corazón del ser humano. Esto implica necesariamente acceder al centro profundo de la mente (la personalidad) en las áreas donde reina la afectividad, para orientar al estudiante hacia la empatía, la compasión, la cooperación y el goce del contacto bienhechor con el paciente mientras se persigue el equilibrio propio.
La cultura dominante en la sociedad actual no contribuye a ese objetivo, mientras que los currículos de formación médica más bien tienden a endurecer el corazón del estudiante, algo que debe ser modificado. Por eso enseñamos en base a modalidades que movilizan y concienticen la afectividad de docentes y alumnos. Esto incluye estudios, ejercicios, intercambios con pacientes y familias, trabajo en equipo, todos ello tendiendo a comprometer profundamente a los participantes, para impedir que la empatía inicial con que llegas nuestros jóvenes alumnos se transforme en cinismo, y que por el contrario, su natural empatía crezca, se equilibre y se vuelva consciente y manejable.