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Foto del escritorMaría Penengo

Breve reflexión: operar sin el abrigo de las fronteras disciplinarias ​

Actualizado: 19 mar 2021

Penengo M, García JP, Toledo M



La epidemia por el nuevo coronavirus SARS-CoV-2 nos ha dejado a todos, en alguna medida, a la intemperie. Paradójicamente, podría decirse que nunca hemos estado tan en-cerrados, pero a la vez, tan a la intemperie. De un día para otro, tuvimos que vernos las caras con el miedo o la angustia, que son casi las únicas certezas que imparte la incertidumbre. Y más allá de las estrategias individuales a las que cada uno tuvo que apelar en lo personal, para afrontar lo inesperado, cada quien tuvo que elegir, además, cómo lidiar desde lo profesional con sus inscripciones institucionales y/o disciplinarias. Instituciones o disciplinas que también resultaban severamente golpeadas, erosionadas o cuestionadas, de una forma u otra, por esos mismos sucesos que a la vez las reclamaban. En ese marco, tratar de pensar y operar desde cualquier disciplina o institución, sin al menos hacerle un hueco a alguno de los condicionantes en juego que trascienden las fronteras disciplinarias (emocionales, políticos, económicos, etc.), nos deja a merced de un peligroso escotoma que nos puede cegar a aristas de esa compleja y cambiante realidad. La Farmacología, en su vertiente clínica o aplicada, podría considerarse como una disciplina sistémica que bascula entre aspectos que van desde lo molecular hasta lo social. Para que resulte útil y operativa, debería poder aportar conocimientos sólidos en los cuales se puedan basar las decisiones clínicas. Aportes que pueden ser validos si las evidencias que derivan de las arenas de la investigación científica (básica y clínica) se atienden de forma crítica y con cierto escepticismo. Solo así pueden ser ofrecidas al clínico para que éste las integre a su bagaje de experiencias personales y profesionales. No debemos olvidar que el acto prescriptivo es un acto de responsabilidad compartido que se ejerce con el paciente y en algún sentido con la sociedad toda. Con el paciente atendiendo a lo particular, a ese ser único, definido por sus circunstancias. Con la sociedad, porque todo acto prescriptivo posee un componente ético y de compromiso social que excede lo personal. No está desprovisto de presiones diversas ni componentes emocionales, que operan independientemente de si éstos son sabidos o ignorados. En los últimos meses, las consecuencias del SARS-CoV-2 han generado torbellinos de emociones y movimientos sociopolíticos y económicos, que han puesto en jaque muchos de los aspectos que considerábamos inamovibles y han desnudado realidades, que quizás incluso a sabiendas habíamos optado por ignorar o mantener latentes. Así fue que investigadores y clínicos de todas las disciplinas médicas fuimos quedando a la intemperie. La búsqueda de evidencias y la necesidad de certezas fármacoterapéuticas para aspectos tan urgentes como el tratamiento de los enfermos de COVID-19 han enfocado las miradas y puesto las esperanzas en una Farmacología que no estaba preparada para semejante situación. Fue así como las vertientes básica y clínica rápidamente salieron al cruce, dando a la investigación un impulso excepcional, y los aspectos clínicoterapéuticos fueron ocupando el centro de la atención mediática como nunca antes había ocurrido. Sin embargo, ese impulso con aires de ansiedad y apuro, junto con las presiones generadas por la acuciante focalización mediática cual dispositivo de control panóptico, no han hecho otra cosa que revelar esas carencias largamente sabidas e ignoradas. Poco tiempo bastó para dejar en claro “lo por todos sabido y poco conocido”, que la generación de evidencias no está exenta del influjo de una multiplicidad de intereses, muchos de los cuales lejos están de priorizar la búsqueda de soluciones reales al malestar y consecuente sufrimiento de los pacientes. Ha quedado en claro, también, que lo político también puede jugar fuerte e incluso sucio en el terreno de la clínica y de la investigación. Al ejercicio de prescribir se le han agregado nuevas condicionantes y presiones. Los clínicos han debido tomar de-cisiones fuertes al tiempo que lidiaban con las implicancias de su propio aislamiento y con el de sus pacientes, a muchos de los cuales se los debió arrancar del cobijo familiar. La sociedad presiona y demanda de forma insistente y ansiosa respuestas de las que aún no se dispone. En este contexto, la necesidad de extraer conclusiones certeras en medio del agitado mar de información y evidencias endebles, ha resultado un campo fértil para que la ciencia muestre su peor cara. Eso ha resultado, sin lugar a dudas, como correr sobre hielo fino. En este marco, entonces, la Farmacología, si pretende seguir siendo fiel a su intención de aportar a las decisiones fármacoterapéuticas para ese clínico ávido de respuestas, debe salir del cobijo de sus saberes intramuros, para ir al encuentro de los posibles determinantes comerciales, políticos, psicológicos o sociales en juego. Para poder seguir generando aportes clínicos válidos, resulta necesario mirar de forma más amplia, pensar horizontal y de forma interdisciplinaria y vencer el temor a equivocarse por carecer de certezas absolutas, con la honradez de asumirlo públicamente. Hubo que tomar decisiones, la más difíciles probablemente hayan sido intentar vencer la parálisis generada por el violento cambio de la realidad, o tratar de sosegar la ansiedad que determina la ausencia de certezas, o dominar el temor a decir “no se”, para así poder intentar extraer información de los núcleos más fuertes de los datos más confiables. Hubo que desafiar nuestros egos y cuestionar los propios cimientos de la generación de evidencias, para poder acceder a dejar a la vez en evidencia al menos algunas de sus connotaciones políticoeconómicas. En el acierto o en el error, el desafío es (y deberá seguir siendo) no mantenerse más tras las fronteras del saber disciplinario, al resguardo de la incertidumbre, sino salir a la intemperie. De forma dura aprendimos la lección de que es esta la única manera de poder seguir aportando. Mientras el norte siga siendo contribuir humana, honesta e independientemente a la labor clínica, no abandonaremos la esperanza de que quizás pueda sacarse algo de bueno de este duro tránsito.


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